Religiosidad en el Partido de Piura durante el proceso de la Independencia, 1780-1821

  1. Rosas Navarro, Ruth
Dirigida por:
  1. María Luisa Candau Chacón Directora

Universidad de defensa: Universidad de Huelva

Fecha de defensa: 29 de mayo de 2019

Tribunal:
  1. David González Cruz Presidente
  2. Pilar Latasa Secretario/a
  3. Carlos-Alberto González-Sánchez Vocal
Departamento:
  1. HISTORIA, GEOGRAFIA Y ANTROPOLOGIA

Tipo: Tesis

Resumen

El año 2010 se constituyó como punto de partida de las múltiples celebraciones de los bicentenarios de las independencias hispanoamericanas y, a partir de entonces, las ex colonias se han venido preparando con distintas actividades festivas, llevando a cabo un conjunto de estudios históricos serios que revisan con nuevas miradas las fuentes de la época de la Emancipación y buscan otras nuevas. A esta tarea nos hemos sumado con un aspecto poco trabajado -el religioso- porque hay quienes aún lo consideran 'no científico', 'poco importante' o 'difícil de profundizar'. Cada uno de estos apelativos fueron un reto que impulsó esta investigación, sobre todo porque el partido de Piura -que en su momento fue puerta de entrada y salida del virreinato peruano- cuenta con un repertorio documental valiosísimo y poco trabajado que no había permitido avanzar en el desarrollo de la Historia Cultural de nuestro país. Por ello, centrados en la conexión existente entre religiosidad y cultura, presentamos esta tesis titulada Religiosidad en el Partido de Piura durante el proceso de Independencia. 1780-1821 convencidas de que los distintos grupos que conformaban la sociedad piurana fueron fruto de las fluctuaciones económicas y políticas, de los conflictos religiosos, de la asimilación de las ideas filosóficas y de otros elementos que, en conjunto, asemejaban o diferenciaban esta región con las demás del virreinato peruano. En este sentido reforzamos la idea de que la cultura esta interconectada directamente con las ideas, los esquemas mentales, la simbología, el pensamiento racional y, más aún, con las sensibilidades, los afectos y las vivencias más hondas que se reflejarían en las creencias y temores compartidos, en mayor o menor medida, por una sociedad que tuvo un determinado modus vivendi. Con estas premisas claras, el trabajo ha sido dividido en tres grandes apartados: La Parte 1, denominada La provincia eclesiástica de Piura en las últimas décadas delperíodo virreinal, presenta una aproximación general a los aspectos básicos que configuran la realidad piurana: la geografía, el clima y la economía son abordados en el primer capítulo; mientras que en el segundo prestamos atención a la sociedad, la política y la organización eclesiástica. La Parte II, titulada Religiosidad en la transición hacia la independencia, analiza el grado de cumplimiento por parte de la feligresía de lo estipulado en los concilios, constituciones sinodales y visitas pastorales. Para ello, hemos tomado las ideas más importantes del discurso empleado por la Iglesia Católica conjuntamente con los medios y herramientas utilizadas como estrategia para lograr sus objetivos. Teniendo clara esta información, verificamos las infracciones cometidas por los feligreses, así como su repercusión en la comunidad a la que pertenecen. Bajo este planteamiento, el tercer capítulo trabaja las creencias y devociones de los piuranos; el cuarto aborda el adoctrinamiento y el culto; el quinto se centra en las fiestas religiosas; y el sexto, profundiza en la práctica de los sacramentos. Finalmente, la III Parte titulada Religiosidad ante la muerte estudia las manifestaciones religiosas durante el tiempo de agonía -en que se recibe el sacramento de la Extremaunción-, y aquellas que se desarrollan inmediatamente después del deceso. Son tres los capítulos que la componen. El séptimo se detiene en el entorno familiar del moribundo; el octavo, eh el ámbito social que engloba el acompañamiento fúnebre hasta el depósito del cuerpo en la sepultura; y el noveno, en los sufragios que buscan la salvación del alma, ya sea con misas de cuerpo presente, honras, novenarios y 'cabo de año' o a través de las fundaciones de capellanías, mandas pías y donaciones de bienes a santos, vírgenes o iglesias. Al final de cada una de las tres partes reseñadas, a causa de la larga extensión de las mismas, hemos Insertado una recapitulación que sintetiza las principales ideas trabajadas. Estas recapitulaciones se complementan con el apartado de Conclusiones donde exponemos el aporte de nuestra investigación. Como ya indicamos, el punto de partida de este trabajo fue el análisis de la geografía piurana caracterizada por presentar dos zonas distintas (costa y sierra), por la lejanía entre sus poblados, la precariedad de las vías de comunicación y la caída de lluvias torrenciales que, en conjunto, dificultaron el adoctrinamiento, la participación en misas, sacramentos y demás ritos religiosos no solo por la inasistencia de los feligreses sino también por la ausencia del cura doctrinero quien, por múltiples razones, permanecía algunas temporadas sin dar el debido pasto espiritual. La economía piurana, por su parte, se sustentaba en diversas actividades en las que participaban hombres y mujeres permitiendo un desarrollo aceptable gracias al aprovechamiento del suelo agrícola, los distintos tipos de ganado y las rutas de comercio interno y externo por las que circulaba una rica variedad de productos agrícolas, animales y artesanales. Lo característico de la sociedad piurana fue que sus integrantes no practicaban una sola actividad económica sino varias al mismo tiempo: por ejemplo, se era presbítero y a la vez hacendado, comerciante, prestamista y ganadero; igual ocurría para el caso de laicos que sin necesidad de saber firmar (leer o escribir), podían manejar, con o sin ayuda, sus libros contables. Este nivel de analfabetismo no varió significativamente durante el período estudiado. Sí hubo cierta variación en el ámbito político porque en 1784 dejamos de ser corregimiento para convertirnos en un partido de la intendencia de Trujillo hasta enero de 1821 cuando se declaró la independencia. Durante este lapso se vivirán momentos culminantes como la nueva legislación de las Cortes de Cádiz, la presencia cercana y peligrosa de la Junta de Gobierno establecida en Quito y, por último, la proclamación de la independencia política de España. De ello se desprenden varias manifestaciones religiosas surgidas por la cautividad de Fernando VII, la ejecución o rechazo de los mandatos gaditanos en asuntos religiosos y las permanencias y cambios vividos inmediatamente después de iniciada la República. Respecto a la organización eclesiástica de esta provincia dependiente del obispado de Trujillo recalcamos que estuvo subdividida en 12 provincias eclesiásticas que a su vez conformaban doctrinas y curatos en los que se realizaron un conjunto de obras de infraestructura y embellecimiento a cargo de sacerdotes, religiosos y feligreses. En 1783, nuestra provincia fue visitada por el mencionado obispo Martínez Compañón quien dejó un vasto corpus de recomendaciones y órdenes a los curas con el objetivo de mejorar la asimilación doctrinal y la práctica religiosa de los feligreses que, a su vez, recibieron influencia cristiana de las tres órdenes religiosas que se asentaron en esta ciudad: franciscanos, mercedarios y betlemítas. Estos parroquianos, en mayor o menor medida, demostraron ciertas creencias en Dios, la Virgen y demás seres celestiales a quienes recurrieron en momentos puntuales. La Virgen del carmen, de las Mercedes, del Rosario, de la Inmaculada Concepción, san José, san Gregorio, san Francisco, san Miguel Arcángel, el Señor de la Buena Muerte de Chocán y el Señor cautivo conformaron un significativo número de devociones a las que se encomendaron y representaron en escultura, láminas, rosarios y otros tantos objetos religiosos que reposaron en iglesias y en algunas pocas viviendas como símbolo de que el adoctrinamiento en la ciudad fue un tanto más efectivo que en el campo. En efecto, en zona rural el adoctrinamiento resultó deficiente al igual que en los demás pueblos del virreinato peruano y es que, por parte de ambos agentes (clero y feligresía), hubo una serie de elementos que lo dificultaron: ausencia de curas por múltiples razones; carácter violento de algunas comunidades indígenas; desinterés por la religión católica al mantenerse viva parte de la cosmovisión andina; miedo a ser interpelados y castigados por inasistencia a ritos y sacramentos; residencia en lugares alejados de las parroquias que no contaban con vías de comunicación accesibles a lo que podía sumarse períodos de lluvias, epidemias e insalubridad del medio ambiente. Paralelamente, si faltaban al adoctrinamiento lo hacían también a la Misa por causas similares a las anteriores a las que agregamos la falta de dinero para poder hospedarse por una noche antes de retornar a sus alejados pueblos; pero aún sí contaban con los medios económicos necesarios preferían embriagarse en chícheríos o asistir a otras actividades menos religiosas y más mundanas. Caso contrario sucedió con la asistencia a fiestas religiosas en las que celebraban el Corpus Christí, la Semana Santa, los distintos patronos y santos, Navidad, Reyes, difuntos y advocaciones de la Virgen. Tal vez el imán que atraía a cientos de asistentes tenía por un polo el interés sincero de realizar una serie de peticiones al festejado(a) Y por el otro, disfrutar de toda la parafernalia utilizada en misas, novenarios, procesiones, monumentos, altares, todo matizado con música y danzas y coronado con deliciosos banquetes en los que no faltaban bebidas alcohólicas Y dulces, que en conjunto sumían a los parroquianos en una nube superficial de diversión olvidando el verdadero sentido de la celebración. Sin embargo, en estas conmemoraciones no todo era diversión y jolgorio porque en algunos casos se aprovechó para reclamar a las autoridades eclesiásticas por los maltratos, vejaciones, alteraciones de costumbres e imposiciones económicas injustas a las que estaban sometidos a pesar de que los mandatos reales lo prohibían. Es necesario recalcar que encontramos, asimismo, manifestaciones religiosas en años en los que la Naturaleza azotaba al pueblo piurano con desastres pluviales, sequías y movimientos sísmicos. En estas ocasiones, se reflejaba el permanente intercambio de aprendizajes entre España y sus colonias porque las demostraciones presentaban características muy similares que evidenciaron el apego a Dios, a quien consideraban causante justiciero de las calamidades, suplicándole el perdón de los pecados cometidos. Definitivamente, el adoctrinamiento superficial recibido sobre todo en zona rural del partido piurano, por causas ya indicadas, degeneró en una serie de consecuencias negativas sobre la recepción de los sacramentos por parte de grupos indígenas, mestizos, esclavos y castas. Sumado a esto, la falta de Interés y la precaria situación económica de estos grupos les hizo cada vez más difícil el acceso y permanencia en la citada gracia de Dios a la que tanto aspiraba la Iglesia universal a partir de Trento. La normativa emitida por la Iglesia Católica y la Corona cayó en tierra infértil porque el clero y, especialmente, los feligreses se resistieron al bautismo, la confesión, la comunión y el matrimonio, ya que esto implicaba trasladarse por varias leguas a la iglesia más cercana, encontrar a los padrinos idóneos, otorgar ofrendas de pan y vino, pagar estipendios en forma de bulas, desprenderse de costumbres ancestrales e influencias de chamanes o sacerdotes indígenas, desobedecer a sus líderes y, en tiempos de la Independencia política, evitar levas pasando forzadamente a engrosar las filas del ejército patriota. A diferencia de los otros sacramentos, la Extremaunción sí fue solicitada constantemente por la mayoría de los feligreses agonizantes, quizá por la angustia de morir sin los medios salvíficos que les condujeran al Cielo o aliviaran las penas del Purgatorio. El miedo fue tal que los moribundos no dudaron en hacer llamar al sacerdote para que los confesara, les diera la comunión y los óleos de la Extremaunción, aunque en el campo, por las dificultades propias de la zona y los fenómenos naturales, fue más difícil el traslado de los párrocos. También, adoptaron la costumbre de rodearse de una serie de objetos a los que se aferraban con la Intención de lograr el perdón de los pecados; mandaron celebrar misas de agonía y de san Gregario y, finalmente, eligieron el hábito franciscano, a veces combinado con el de las Mercedes o del Carmen como mortaja que envolvería sus cuerpos. Los más pobres se conformaron con que sus cuerpos fueran envueltos en sábanas de tocuyo o lienzo, demostrando así hasta el final su paupérrima situación y, en pocos casos, su intento por imitar al mismo Redentor. Los sacerdotes, por su lado, fueron amortajados con vestiduras clericales, aunque también hubo quienes las combinaron con el hábito franciscano. Una vez sucedido el deceso, la casa trastocaba su decoración convirtiéndola en espacio lúgubre en consonancia con el luto vestido por los familiares y esclavos. El despliegue de ornamentos se observaba también en la procesión fúnebre, acompasada por campanadas y en la tumba de la iglesia mientras se celebraba la misa de cuerpo presente. Las dos posas, colocadas normalmente en esquinas, se construían con una serle de paramentos que obligaban a los acompañantes a estacionarse junto con el cadáver para elevar responsos por su alma. Los sacerdotes y sacristanes presidían el séquito con la cruz alta o baja ; cofrades y hermanos portaban estandartes y guiones, paños de ánimas, hacheros y blandones; familiares y plañideras lloraban la pérdida; pobres Y vagabundos al final de la procesión esperaban ansiosos las dádivas dejadas por el muerto a cambio de sus oraciones. Llegados al templo, se celebraba la misa de cuerpo presente y, una vez sepultado el cuerpo (con la intención de asegurarle el paraíso y la perduración en la memoria de los vecinos), se encomendaba la celebración del novenario, de las honras y de la misa de cabo de año. Aquellos que contaban con algunos bienes contrataron misas, fundaron capellanías y/o destinaron dinero en efectivo y valiosos objetos a la iglesia, conventos, cofradías, hospitales y cárceles como muestra de desprendimiento, de devoción y tal vez de fama. Lo importante era ganar el Paraíso; ese fue el objetivo central del agonizante, aquí y en cualquier rincón del Imperio español; así lo enseñó la Iglesia Católica y así lo asimiló el piurano de 1780 a 1821.